La pícara Justina


Óleo sobre lienzo
La pequeña vendedora de fruta, XVII
  Murillo
El Libro de entretenimiento de la pícara Justina se ha valorado muy poco a lo largo de la historia. No se ha reconocido el valor experimental narrativo tan original que presenta en comparación con obras de su misma época. Se caracteriza por contener una estructura conceptual, exuberante e intrincada. Tales peculiaridades complican la interpretación de la obra, por lo que, en ocasiones, no se ha entendido el trasfondo como se debía, sino completamente al revés. Una traducción opuesta sería la que realizó Menéndez Pelayo, pues consideró que se trataba de un libro violentamente misógino. Recientes estudios han develado el verdadero mensaje de la obra, como el que hizo José Manuel Pedrosa[1]. El crítico justifica que el personaje principal, Justina, no solo defiende lo femenino, sino que, además, desarrolla ideas puramente feministas: es anti-machista y anti-patriarcal. Así pues, la concepción que se tiene de la pícara es que, al igual que Marcela, no encaja en la sociedad en la que vive. Aparte, en el mismo artículo de J. M. Pedrosa, se encuentra un exhaustivo estudio del léxico empleado por la pícara, pues resulta imprescindible para descifrar el trasfondo de la obra: Justina es lesbiana.
En diversos estudios, se define a Justina como una conocedora envidiable del logos, puesto que dominaba a la perfección tanto el lenguaje oral como el escrito. Era capaz de improvisar agudas befas o pullas, su verbo aparecía adornado con admirables e ingeniosas metáforas que cifran la noción principal del texto. El arte que poseía para echar pullas y hablar de forma repentina, se atribuye a su condición femenina, puesto que estaba convencida de que la mujer era superior en cuanto al manejo del lenguaje oral:
«Cuando las necesidades son repentinas, las mejores trazas y remedios son los que las mujeres damos; ca, así como el uso de la razón en nosotras es más temprano, así muestra trazas son las que más presto maduran».
Este embelesador empleo de la lengua se halla a lo largo de toda la obra, aunque, cabe señalar que, a veces, lo usa como arma de defensa. Justina se sirve de la palabra para hacer estas denuncias, para rebelarse y combatir los límites que coartan la libertad de la mujer. Critica a los hombres mediante su opulento lenguaje picaresco, el cual perfecciona progresivamente a la par que lo hace su ingenio femenino. Con sus juicios verbales logra derrotar a todos aquellos violentos varones con ansias penetradoras.Sabe cuál es su objetivo y cómo tiene que moverse para conseguirlo, por lo que se muestra feliz, alegre, contenta consigo misma, templada verbal y físicamente con los hombres que incurrir en su desprecio; en definitiva, todas estas cualidades le hacen desarrollar su inteligencia.
Además de las variopintas cualidades intelectuales descritas, es preciso mencionar que es un cuerpo móvil –concepto explicado posteriormente-, adaptable e insumiso, es decir, es un cuerpo trasgresor. Hay términos con los que Justina describe y define su movilidad: «¡Ay, hermano lector! Iba a persuadirte que no te admires si en el discurso de mi historia me vieres, no solo parlona, en cumplimiento de herencia que viste en el número pasado, pero loca saltadera, brincadera, gaitera». Los términos saltar, brincar, bailar ser gaitera tienen evidentes connotaciones sexuales, de este modo, de este pasaje se extrae la idea de que es una persona con altos deseos de tener relaciones sexuales, aunque no con cualquiera, sino con personas de su mismo sexo. El hecho de que los términos tengan semejantes connotaciones eróticas, se debe al característico lenguaje que emplean los personajes pícaros. A la anterior cita cargada de términos polisémicos, se le añadiría el siguiente fragmento en el que se describe el encuentro con una montañesa
«Yo digo de mí que en el tiempo de mi mocedad quise más un pandero que a sesenta almas, porque muchas veces dejé de hacer lo que debía por no querer desempanderarme. Dios me perdone. Con un adufe en las manos, era yo un Orfeo, que si dél se dice que era tan dulce su música que hacía bailar las piedras, montes y peñascos, yo podré decir que era una Orfea, porque tarde hubo que cogí entre manos una moza montañesa, tosca, bronca, zafia y pesada, encogida, lerda y tosca, y cuando vino la noche ya la tenía encajados tres sones, y los pies (con traerlos herrados de ramplón, con un zapato de fraile dominico) los meneaba como si fueran de pluma; y las manos, que un momento antes parecían trancas de puerta, andaban más listas que lanzaderas».
Este pasaje sucede en una de las romerías a las que Justina solía acudir. Antes de analizar el texto apuntado, sería conveniente comprender la importancia de las romerías tanto en la novela como en la época. Se consideraban espacios donde poder establecer relaciones de sociabilidad transgresora y carnavalesca. Quiere ello decir que era un lugar idílico en el que poder intercambiar sexo y amor, donde las mujeres no estaban obligadas a mantener relaciones sexuales con el hombre, puesto que era el único sitio en el que se hallaban en igualdad e incluso las mujeres dominaban. Las romerías se celebraban en el campo y, por tanto, los asistentes estaban alejados del poder y de las censuras institucionales. Los jóvenes soleteros que participaban en tal celebración, primero galanteaban y después se retiraban a algún prado, a la sombra, para darse al goce erótico. La conducta que adoptaba la mujer en este espacio de festividad, transgresión y libertad, era impensable fuera de este contexto, es más, en el Barroco era muy difícil dar con un espacio en el que se pudiese abrir el cuerpo.
Una vez expuesta la idea que se tenía de las romerías, se da paso al estudio de los eufemismos que esconden unos innegables deseos sexuales en el fragmento antes puesto. Tales interpretaciones se han extraído del artículo de J.M. Pedrosa. El término pandero en la época era sinónimo de coño. Tal semejanza se saca del pasaje en el que Justina justifica su casamiento, según ella quería deshacerse de los mandatos y las represiones a las que sus hermanos la sometían: «Con esto, y con ver que mi pandero estaba en tan buenas manos como las del hombre de armas, no boquearon palabra, sino que vomitaron hasta el postrer maravedí de mi hacienda». Respecto a la expresión cogí entre las manos, sería posible afirmar que Justina toma la iniciativa de la relación sexual que va a tener con la montañesa. En cuanto a encajar tres sones, podría decirse que la pícara sugiere haber tenido tres coitos, de los cuales la mujer con la que se acostó aprendió porque Justina era maestra en este tipo de uniones carnales. Del término zapato se ha señalado que es un símbolo de represión sexual. Lo último a resaltar en el texto, es el campo léxico de tejer hilar que en la época se empleaba con connotaciones sexuales.
La lección de baile que Justina le dio a la montañesa debió ser apasionada y erótica; el baile con la montañesa es una clara alegoría de las relaciones íntimas que mantuvo con ella. Transformó por completo su inactividad física, emocional y sexual, semejante cambio perduró el resto de su vida. Tales episodios resultan relevantes para comprender la interpretación homosexual que se ha dado de la obra y, así, superar las ideas que tradicionalmente se han venido aportando acerca de la obra –Justina no es una prostituta ambulante, pues es una lesbiana que disfruta bailando-. Hay una sentencia que, claramente, revela su repulsión hacia los hombres: «Mira, por tu vida, qué querías que le respondiese, sino un ¡arre allá! Pero dejele, porque me dejase». 


[1] José Manuel Pedrosa.: La pastora Marcela, la pícara Justina, la necia Mergelina: voces, cuerpos y heroísmos femeninos en el Barroco. Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá. 


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