La pícara Justina
La pequeña vendedora de fruta, XVII Murillo |
En diversos estudios, se define a Justina
como una conocedora envidiable del logos, puesto que dominaba a la
perfección tanto el lenguaje oral como el escrito. Era capaz de improvisar
agudas befas o pullas, su verbo aparecía adornado con admirables e ingeniosas
metáforas que cifran la noción principal del texto. El arte que poseía para
echar pullas y hablar de forma repentina, se atribuye a su condición femenina,
puesto que estaba convencida de que la mujer era superior en cuanto al manejo
del lenguaje oral:
«Cuando las necesidades son repentinas, las mejores
trazas y remedios son los que las mujeres damos; ca, así como el uso de la razón
en nosotras es más temprano, así muestra trazas son las que más presto maduran».
Este embelesador empleo de la lengua se
halla a lo largo de toda la obra, aunque, cabe señalar que, a veces, lo usa
como arma de defensa. Justina se sirve de la palabra para hacer estas
denuncias, para rebelarse y combatir los límites que coartan la libertad de la
mujer. Critica a los hombres mediante su opulento lenguaje picaresco, el cual
perfecciona progresivamente a la par que lo hace su ingenio femenino. Con sus
juicios verbales logra derrotar a todos aquellos violentos varones con ansias
penetradoras.Sabe cuál es su objetivo y cómo tiene que moverse para
conseguirlo, por lo que se muestra feliz, alegre, contenta consigo misma,
templada verbal y físicamente con los hombres que incurrir en su desprecio; en
definitiva, todas estas cualidades le hacen desarrollar su inteligencia.
Además de las variopintas cualidades
intelectuales descritas, es preciso mencionar que es un cuerpo móvil –concepto
explicado posteriormente-, adaptable e insumiso, es decir, es un cuerpo
trasgresor. Hay términos con los que Justina describe y define su
movilidad: «¡Ay, hermano lector! Iba a persuadirte que no te admires si en
el discurso de mi historia me vieres, no solo parlona, en cumplimiento de
herencia que viste en el número pasado, pero loca saltadera, brincadera,
gaitera». Los términos saltar, brincar, bailar y ser
gaitera tienen evidentes connotaciones sexuales, de este modo, de este
pasaje se extrae la idea de que es una persona con altos deseos de tener
relaciones sexuales, aunque no con cualquiera, sino con personas de su mismo
sexo. El hecho de que los términos tengan semejantes connotaciones eróticas, se
debe al característico lenguaje que emplean los personajes pícaros. A la
anterior cita cargada de términos polisémicos, se le añadiría el siguiente
fragmento en el que se describe el encuentro con una montañesa:
«Yo digo de mí que en el tiempo de mi mocedad quise más un pandero que a
sesenta almas, porque muchas veces dejé de hacer lo que debía por no querer
desempanderarme. Dios me perdone. Con un adufe en las manos, era yo un
Orfeo, que si dél se dice que era tan dulce su música que hacía bailar las
piedras, montes y peñascos, yo podré decir que era una Orfea, porque tarde hubo
que cogí entre manos una moza montañesa, tosca, bronca, zafia y pesada,
encogida, lerda y tosca, y cuando vino la noche ya la tenía encajados tres
sones, y los pies (con traerlos herrados de ramplón, con un zapato de fraile
dominico) los meneaba como si fueran de pluma; y las manos, que un momento
antes parecían trancas de puerta, andaban más listas que lanzaderas».
Este pasaje sucede en una de las romerías a las que
Justina solía acudir. Antes de analizar el texto apuntado, sería conveniente
comprender la importancia de las romerías tanto en la novela como en la época.
Se consideraban espacios donde poder establecer relaciones de sociabilidad
transgresora y carnavalesca. Quiere ello decir que era un lugar idílico en el
que poder intercambiar sexo y amor, donde las mujeres no estaban obligadas a
mantener relaciones sexuales con el hombre, puesto que era el único sitio en el
que se hallaban en igualdad e incluso las mujeres dominaban. Las romerías se
celebraban en el campo y, por tanto, los asistentes estaban alejados del poder
y de las censuras institucionales. Los jóvenes soleteros que participaban en
tal celebración, primero galanteaban y después se retiraban a algún prado, a la
sombra, para darse al goce erótico. La conducta que adoptaba la mujer en este
espacio de festividad, transgresión y libertad, era impensable fuera de este
contexto, es más, en el Barroco era muy difícil dar con un espacio en el que se
pudiese abrir el cuerpo.
Una vez expuesta la idea que se tenía de las romerías,
se da paso al estudio de los eufemismos que esconden unos innegables deseos
sexuales en el fragmento antes puesto. Tales interpretaciones se han extraído
del artículo de J.M. Pedrosa. El término pandero en la época
era sinónimo de coño. Tal semejanza se saca del pasaje en el que
Justina justifica su casamiento, según ella quería deshacerse de los mandatos y
las represiones a las que sus hermanos la sometían: «Con esto, y con ver que mi pandero estaba en tan
buenas manos como las del hombre de armas, no boquearon palabra, sino que
vomitaron hasta el postrer maravedí de mi hacienda». Respecto a la expresión cogí entre las manos, sería
posible afirmar que Justina toma la iniciativa de la relación sexual que va a
tener con la montañesa. En cuanto a encajar tres sones,
podría decirse que la pícara sugiere haber tenido tres coitos, de los cuales la
mujer con la que se acostó aprendió porque Justina era maestra en este tipo de
uniones carnales. Del término zapato se ha señalado que es un
símbolo de represión sexual. Lo último a resaltar en el texto, es el campo
léxico de tejer e hilar que en la época se
empleaba con connotaciones sexuales.
La lección de baile que Justina le dio a la montañesa debió
ser apasionada y erótica; el baile con la montañesa es una
clara alegoría de las relaciones íntimas que mantuvo con ella. Transformó por
completo su inactividad física, emocional y sexual, semejante cambio perduró el
resto de su vida. Tales episodios resultan relevantes para comprender la
interpretación homosexual que se ha dado de la obra y, así, superar las ideas
que tradicionalmente se han venido aportando acerca de la obra –Justina no es
una prostituta ambulante, pues es una lesbiana que disfruta bailando-.
Hay una sentencia que, claramente, revela su repulsión hacia los hombres: «Mira,
por tu vida, qué querías que le respondiese, sino un ¡arre allá! Pero dejele,
porque me dejase».
[1] José
Manuel Pedrosa.: La pastora Marcela, la pícara Justina, la necia
Mergelina: voces, cuerpos y heroísmos femeninos en el Barroco. Alcalá de
Henares: Universidad de Alcalá.
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