Prostitución en el Siglo de Oro
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Cortesana (1640), de Jakob Adriaensz Backer |
A lo largo de la historia, las mujeres que han
ejercido la prostitución se han visto envueltas en situaciones degradantes,
obligadas por fatigosas circunstancias e incluso han sido sometidas en
beneficio ajeno. No son pocos los
calificativos que se han usado para denominar a estas mujeres. El sobrenombre
más habitual era ramera, que todavía hoy se conserva; se baraja que la
voz proceda de las chozas hechas con ramas que había en los caminos, donde
consumaban sus servicios, aunque también está extendida la creencia de que
ponían un ramo de flores en la entrada de una casa. En un manuscrito del
Archivo Histórico Provincial de Albacete de 1572, se describen como “mujeres
enamoradas”, y “mujeres públicas”[1].
El entorno sombrío, impúdico y agresivo que las ha rodeado ha
sido el condicionante que ha atentado contra su integridad física y
psicológica. En el xiii, se
erigieron las primeras mancebías[2]
con el fin de alejar toda actividad inmoral de las calles y situarlas en
lugares menos transitados. La prostitución se reguló en España en el xiv debido a la necesidad de controlar
una ocupación poco ética en la sociedad medieval; además, se pretendía aislar a
las mujeres pecaminosas de la comunidad sagrada[3]. A
pesar de ello, miles de mujeres practicaron la prostitución en las callejuelas
y lugares públicos hasta la España moderna. Los
prostíbulos “públicos” eran controlados por las autoridades locales; un
cirujano o un médico solía visitar semanalmente
Durante el Siglo de Oro, se reguló la
prostitución por varios motivos. El primero, para proteger a las familias,
puesto que algunas prácticas confluyeron y generaron confusión, como sucedió
con las tapadas, pues, según una ordenanza, cubrirse la cabeza era un
acto de recato, pero se convirtió en algo propio de busconas. El segundo, para instaurar
la calma y erradicar la violencia que habitualmente poblaba las calles, a
veces, a causa de la prostitución; no hay que olvidar los tumultos que se originaban en las casas de
juegos o en las tabernas, como sucedió en 1572 en Albacete, donde se pidió “no
se junten los dichos moriscos en las tavernas a bever en los días de fiesta ni
entre semana […] y que los taverneros no les den vino para que lo bevan en las tabernas,
sino que lo lleven de allí a sus casas”[4].
Otra de las razones fue la proliferación de enfermedades venéreas, como el
conocido “mal francés”, la sífilis, puesto que acechó la población de los ss. xvi y xvii.
La Iglesia creó un refugio conocido como “casas
de arrepentidas” con la intención de la que las mujeres que abandonaran la
prostitución tuvieran cierto amparo. Estas casas eran dirigidas por monjas, que
se encargarían de conducir sus vidas hacia el ascetismo y, así, “salvar sus
almas” y conseguir su reinserción en la sociedad. Las mujeres permanecían confinadas,
solo salían si era para casarse o para irse a un convento.
No todas las mujeres
corrían la misma suerte, muchas que escapaban de aquel turbulento ambiente eran
encerradas. Cuando las reclusas volvían a la calle, se enfrentaban a una
sociedad carente de comprensión y repleta de odio. Su destino se veía abocado
al fracaso, a la miseria y a la marginación.
Finalmente, la pragmática de Felipe IV en
1623 apuntaba en una dirección, erradicar la prostitución: “Ordenamos y mandamos
que de aquí adelante en ninguna ciudad, villa ni lugar de estos reinos se pueda
permitir ni permita mancebía ni casa pública, donde mugeres ganen con sus
cuerpos, y las prohibimos y defendemos y mandamos se quiten las que hubiere”[5].
Sin
embargo, siglos después, la prostitución sigue siendo un problema social grave,
hay esclavitud, explotación y, cómo no, un verdugo que se aprovecha. El
entramado es incluso más complejo, hay mafias, narcotraficantes y un sinfín de
actividades ilegales detrás de esta actividad. Ojalá algún día se acabe con la
concepción de que una prostituta lo es porque quiere, pues, como en el pasado,
está sometida a vejaciones, maltrato, enfermedades. Mientras haya quién pague, seguirá
habiendo “mujeres enamoradas”, “rameras”, “cortesanas”, “mujeres públicas” que
padezcan las consecuencias.
[1]
Libro de actas del Ayuntamiento de Albacete, folio 199v, 1572.
[2]
‘Casa de prostitución’ (DLE).
[3]
Muñoz Saavedra, E (2010). “Ciudad
y prostitución en España en los siglos xiv
y xv”. En Historias del Orbis
Terrarum, n. º extra 2, pp. 140-148.
[4] Libro de actas del Ayuntamiento de
Albacete, folio
236r, 1572.
[5] Pérez
Baltasar, M. D. (1985). “Orígenes de los recogimientos de mujeres”. En Cuadernos
de Historia Moderna y Contemporánea.
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