El matrimonio durante los Siglos de Oro


Miniatura de códice

                       The wedding of Philip of France and Iolante of Sicily, 1485

Durante los Siglos de Oro, la idea que se difundía e imperaba las vidas femeninas era que las mujeres debían ser esposas, o bien de su marido, o bien de Cristo. En otras palabras, la mujer estaba condenada a ser sumisa y a obedecer lo que su marido o la Iglesia le imponía. Como se ha explicado en el punto anterior, aquellas que se decantaban por la vida mística, tenían más posibilidades de ampliar y desarrollar su erudición. Normalmente, se decantaban por una de esas dos opciones, pues quedarse solteras era extraño, ya que no podían mantenerse económicamente y, además, se las clasificaba de infames. Debe destacarse también que el hombre tenían la potestad de escoger a la mujer, mientras ella no. No obstante, debe saberse que la situación de la mujer mejoró con el puritanismo: leyes de derechos de propiedad y herencias.
Antes de casarse, estas mujeres soñaban con el amor: leían libros de caballerías en los que aparecían caballeros que mueren o enloquecen por amor. Asimismo, estos libros alababan a la dama y se la trataba con respeto, de ahí que se tomase como ideal de amor y sirviese para evadirse de la realidad. Luis Vives recomendaba que las mujeres no accediesen a ese tipo de literatura, porque aumentaban desenfrenadamente sus ensoñaciones eróticas. Otro escritor a destacar es Fray Antonio de Guevara[1] quien afirmaba que el amor cortés solo tenía cabida en los palacios renacentistas. Asimismo, Guevara recomendaba a los caballeros que se alejasen de las damas, porque les iba a salir muy caro mantenerlas.
Cabe señalar que las mujeres de clase social alta (nobleza y burguesía) aprendían la doctrina cristiana, a leer, a escribir, a coser, tenían profesores particulares o eran sus madres mismas quienes les enseñaban tales tareas. Escribían, iban a academias literarias e incluso asistían a salones nobiliarios donde jueces de buen gusto (Quevedo, Lope de Vega) presenciaban de forma satírica las creaciones de las mujeres. Entre las clases privilegiadas casarse por amor era impensable, puesto que amor y matrimonio eran conceptos independientes. El matrimonio podría considerarse como un contrato en el que no intervenían las figuras principales, pues eran los padres quienes lo concertaban. Sin embargo, se hallan casos en los que los amados se oponían a los deseos de sus progenitores y se casaban por amor, pero este acto de rebeldía contra lo pactado por la familia podría dar lugar a la desheredación y al abandono por parte de los parientes, pues lo consideraban un deshonor, una afrenta. La diferencia que se encuentra en la las mujeres de clase social alta con las de clase baja, es que tenían que trabajar la tierra, realidad diversas labores de ordeño, cuidado de vacas, cerdos…, mientras que quienes pertenecían a un nivel estamental elevado podían acceder a la educación, aunque siempre de forma limitada. Es preciso señalar que las de un estamento bajo desempeñaban labores muy dispares, pero quedaban excluidas de aquellas actividades que precisaban una fuerza mayor o de las que salían del ámbito privado, como era la venta ambulante.
Haciendo un pequeño paréntesis temporal, en el siglo XIX se encuentra un claro ejemplo de mujeres reprimidas de clase social media-alta: las hermanas Brontë. Charlotte, Emily y Anne eran tres tímidas vírgenes que escribieron novelas insignes, colosales y empapadas de fulgor. Rompían el silencio que imperaba sus vidas a través de maravillosas voces literarias. La trágica vida de estas ilustres escritoras ha sido objeto de estudio de numerosos curiosos, incluso se han escrito novelas como El sabor de las penas de Jude Morgan[2] que relata sus desdichadas vidas. En esta ficción se encuentran casos que ayudan a entender el papel secundario que la mujer ha tenido a lo largo del tiempo: «No hagas caso a esa voz que exclama: “¿Y yo qué?”. Entrénate para no oírla, como se hace con el implacable tic-tac del reloj». Asimismo, se localizan pasajes que cuestionan mediante metáforas el papel de la mujer en la época: 
«La pérdida de la reina no se puede soportar con entereza. La reina, la única pieza netamente femenina, es la más poderosa del tablero. Los alfiles y los caballos son masculinos; las torres y los peones, ni una cosa ni la otra, en realidad. La pareja fundamental son la reina, sin la que estás perdido, y el rey, que no tiene capacidad de hacer nada. Se mueve torpemente de aquí para allá, incapaz de decidir ninguna jugada, siempre necesitado de que lo defiendan o lo salven. ¿No le encuentra un paralelismo bastante interesante con la vida?»

Grabado
Werter contemplating on Charlotte’s wedding ring (XVIII),
 Francesco Bartolozzi 
Cerrando este pequeño paréntesis y volviendo a los Siglos de Oro, debe resaltarse que las tensiones conyugales comunes y los motivos más usuales que las causaban eran la bigamia y el adulterio. Como consecuencia a dichos problemas conyugales, se encuentran varias separaciones, aunque si se  llegaba a semejante extremo, los cónyuges no podían volver a casarse. Por un lado, la bigamia se daba más entre varones, pues tenían más facilidad para desplazarse con la excusa del trabajo. Los bígamos alegaban que al poco tiempo de emprender su viaje, recibían una noticia trágica: la muerte de su mujer. Por otro lado, el adulterio también se daba en relaciones poco fructuosas, sobre todo en las de las clases altas. Supuestamente, los hombres y las mujeres tenían derecho a pedir el divorcio por motivos de adulterio, pero, realmente, solo el hombre tenía el poder de acusar a la mujer de adúltera.




[1] David, Fraile Seco.  Lo “conveniente del matrimonio” o el “matrimonio de conveniencia” en la Edad Moderna [en línea]. Portal Liceus de Humanidades, 2010. [ Consulta: 14 noviembre 2018]  Disponible en: www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/ conveniente_matrimonio.asp
[2] Jude MORGAN.  El sabor de las penas. Madrid: Alianza Editorial S.A, 2006, pp. 351 y 286. 



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