Carmen Martín Gaite: memorias del franquismo


Carmen Martín Gaite (ca. 1928)
Carmen Martín Gaite (1925-2000) fue una de las escritoras más relevantes del siglo XX. El Ministerio de Cultura reconoció su calidad literaria con la concesión del Premio Nacional de Literatura por su obra El cuarto de atrásasí, llegó a ser la primera mujer en conseguir tal distinción. Esta novela refleja la vida cotidiana de los españoles durante el franquismo, alude tanto a cuestiones autobiográficas como culturales e históricas. La dictadura y la censura obnubiló la conciencia de la población, trató de modificar la historia del país y, de esta forma, cambiar la memoria colectiva.

La Generación del 50, conocida como la de los niños de la guerra, se caracteriza por ser origen burgués y poseer estudios universitarios. Entre varios, destacan Ana María Matute, Juan Goytisolo o la misma Carmen Martín Gaite. Sienten la imperiosa necesidad de dar con un elemento clave que dé sentido al nuevo mundo que vino tras la muerte de Franco. Esto se debe, principalmente, al paréntesis histórico que trató de trazar la Transición. De este modo, los autores recurren a la memoria para paliar la amnesia en la que España se vio envuelta tras la dictadura franquista. Recrear, compartir y apropiarse de recuerdos es de suma importancia en la formación de la identidad social de un lugar; si semejantes escritores no hubiesen viajado al pasado, se habría perdido parte de la esencia histórica del país.

La novela El cuarto de atrás (1978) destaca, esencialmente, por la necesidad de hallar su identidad. La niñez es la base de cualquier identidad, por lo que la mayor parte de las vivencias de un individuo durante esta etapa son de gran importancia. La protagonista tuvo una infancia aburrida. La realidad y las personas que la rodeaban impidieron que tuviese el comportamiento propio de una niña. Carmen no tuvo un cuarto de atrás en el que jugar, no tuvo juguetes con los que divertirse. De la misma forma que las circunstancias hicieron que los niños careciesen de infancia, las innumerables convenciones sociales imperantes durante la dictadura franquista también lo hicieron. Por ejemplo, Carmen Martín desde pequeña  estuvo influenciada por las modas de la época:
La gente se solía rizar el pelo con tenacillas o con bigudíes de hierro de distintas formas, y luego, […] vinieron los rulos. Pero nada, como los chifles nada, yo todavía me los pongo a veces, no cortan el pelo ni lo queman ni molestan para dormir, como son de papel.

Los recuerdos de la protagonista estuvieron, metafóricamente, reprimidos en el cuarto de atrás durante cuarenta años. El entierro de Franco trajo consigo la sepultura de la censura, del silencio y del olvido, así, salieron a la luz la libertad, la voz y los recuerdos. Justo en ese momento, cuando Carmen está viendo el entierro de Franco, recobra la memoria y toma conciencia de su identidad cultural. El asalto del pasado, hace que la narradora describa la sociedad en la que creció y vuelva a interrogarse por los comportamientos que nunca entendió:
¿Por qué tenían que acabar todas las novelas cuando se casa la gente?, a mí me gustaba todo el proceso del enamoramiento, los obstáculos, las lágrimas y malentendidos, los besos a la luz de la luna, pero a partir de la boda parecía que ya no había nada más que contar, como si la vida se hubiera terminado; pocas novelas o películas se atrevían a ir más  allá y a decirnos en qué se convertía aquel amor después de que los novios se juraban ante el altar amor eterno, y eso, la verdad, me daba mala espina

Mujeres haciendo collares de perlas (s.a.)
Fotografía localizada en el Archivo de la Universidad de Alcalá
La protagonista es exactamente quien su madre había querido que fuera. A su madre le encantaba leer, de hecho quiso ir a la universidad, pero en aquella época no estaba bien visto: “mujer que sabe latín no tiene buen fin”. La narradora hace una crítica de la situación de la mujer española durante la dictadura, del desprestigio que se hizo del feminismo después de los adelantos que trajo la República. Se acentuó el heroísmo de madres y esposas, de su importante y silenciosa labor en el hogar cristiano:
Cumpliríamos nuestra misión de españolas, aprenderíamos a hacer la señal de la cruz sobre la frente de nuestros hijos, a ventilar un cuarto, a aprovechar los recortes de cartulina y de carne, a quitar manchas, tejer bufandas y lavar visillos, reír al esposo cuando llega disgustado, a decirle que tanto monta monta tanto Isabel como Fernando, que la economía doméstica ayuda a salvarla economía nacional y que el ajo es buenísimo para los bronquios, aprenderíamos a poner un vendaje, a decorar una cocina con aire coquetón, a prevenir las grietas del cutis y a preparar con nuestras propias manos la canastilla del bebé destinado a venir al mundo para enorgullecerse de la Reina Católica, defenderla de calumnias y engendrar hijos que, a su vez, la alabaran por los siglos de los siglos.

En definitiva, lamenta profundamente la situación por la que las mujeres tuvieron que pasar:
Me parecía horrible que alguien pudiera llegar a decir alguna vez de mí que era una fresca, hoy la frescura es sinónimo de naturalidad, se exhibe para garantizar la falta de prejuicios y de represión, sobre la mujer reprimida pesa un sarcasmo equivalente a la antigua condena de la mujer fresca[1].




[1] Carmen Martín Gaite. El cuarto de atrás. Madrid: Siruela: 2012. 





 

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